miércoles, 17 de julio de 2013

Señor Canchanchán


Coche de altísima gama, tornando a la derecha en el mismo Colón, subía por la Génova hasta llegar a su número 13. Espere aquí, le decía a su chófer, el canchanchán de turno que raudo bajaba del auto, mientras, su servil conductor hacía ademanes de asentimientos.

Entraba el canchanchán bien engominado. Bien afeitado y también, bien conocido, tanto que Loli, la de la puerta, ni siquiera se inmutó cuando cual estruendo sonó el arco de seguridad. Espera el canchanchán el ascensor. Cruzan con él mirandas. Antes eran saludos.

Subía aquella máquina alemana veloz al piso equis. Con fuerza abrió la puerta del ascensor el canchanchán. No María, no llames nadie, le decía a la secretaría mientras ésta se levantaba del sillón intentando que el señor Canchanchán no entrara en los aposentos del jefísimo sin pedir permiso. Qué para algo estaba ella allí, coño.


Hola Mariano. Me conoces. Soy el canchanchán. Quieres juego. Vamos a jugar. Gritó exasperado, el señor Canchanchán.

miércoles, 5 de junio de 2013

Correíllos de desesperanza



Recordaba Artiles como un buen día de un año de muchos, siendo bien niño, con su padre subió a Las Palmas. Iban en busca de un primo del viejo, que de hacer la mili en Fuerteventura había terminado casado con arisca majorera, que si bien al principio fue reticente a la idea, de venirse a la isla del esposo, luego contactó con buena prima de ella, que vivía por allá cerca del Carrizal. Frunció el ceño y la mantilla, y como mujer de la época, calló y aceptó. Fue el viejo el que le dijo que para acá volviera. Trabajo en la isla no faltaba. No daba para mucho, pero haber había. Vente, para acá, que sino es plantando alguna fanega que cojamos, nos vamos a echar jornadas al sur, donde ingleses y alemanes no paran de construir, le decía.

Allá fue Artiles con su padre, “coche di hora” mediante. Lo recordaba, Artiles, porque era la primera vez que subía a Las Palmas. Impactado desde que cruzara el túnel de la Laja, tan acostumbrado a aquellos llanos pedregosos y ventosos que lo vieron nacer, donde solo el tomate lograba arrebatarle algo de tierra a los siempre verdes Balos. Las simples casas que adornabas los áridos riscos de aquella urbe le parecían que no, que no era aquella su isla, en la que él corría, en la que él vivía. Allá fue Artiles con su padre, en busca del primo del viejo que en el dichoso Correíllo venía.



Lo recordaba Artiles, mientras pescaba gueldes y fulas negras que para poco sirven. O mientras en el bar discutía por Dominó, Zanga o la dichosa pelotita. Lo recordaba Artiles porque a sus cincuenta y tantos y quieto, poco más uno puede hacer. Sentado al sol, o a la sombra. O mientras leía en el periódico que él era uno de esos 296.362 habitantes de estas pérfidas islas, que un Lunes cualquiera no tienen mejor cosa que hacer que recordar tiempos que no sabía si mejores, pero que sí honrosos, pero que sí, felices.

miércoles, 24 de abril de 2013

Un bar de manos


Iban llegando los vientos del cálido Sáhara. Ventolera del este que nos recuerda dónde están estas pérfidas islas. Vientos que llenan de arena el jardín que el bien hallado invierno se encargó de regar, sembrando de bella vida verde toda nuestra tierra

-Adentró se está más fresquito. ¿Café? No hombre no, con estos calores, café no me pongas, Pepe. Echa pá acá una cervecita, de las del fondo y de paso tráeme la prensa. Sí. hombre sí. Ahí fuera no hay cristiano que pare. No, no, yo ahora no juego, espera que me beba esto y eche un vistazo a la quiniela y a las esquelas, que me parece que murió fulanito el de Taganana. Sí, sí el de los Menganitos. Pues no, a mi me parecer no era tan mayor, pero ya ves, nunca se sabe. Por lo visto murió durmiendo en la cama. Sí, hombre sí, que el señor se apiade y nos lleve dormidos. Dígalo usted, y jartos también.

Empezó Artiles, el periódico por atrás, como es menester que se lea el diario en los bares. Contraportada de bella muchacha. Primero la quiniela. Otra semana pobre, luego las esquelas, otra semana vivo y sí allí estaba, Fulanito el de Taganana. Más allá los sucesos, un coche enriscado en la Orotava. Después los deportes, el Guijuelo empataba contra el Borussia de Coruxo, oportunidad para ponernos en cabeza. Seguía por economía, sáltate eso y no te deprimas. Y terminando, la “mamansa” o política.

-Pero mira Pepe. Chiquita maná de payasos. Y estos dos ahora, que no se dan la mano. ¡Coño si ahí más allá juntos gobernaron. Pero, pero. No, si va a resultar que el muchacho este, solo da la mano, para después echársela el bolsillo. Si es que....

domingo, 7 de abril de 2013

El escrache hipotecario


Anda el politiqueo harto preocupado por eso que una sociedad cansada, estafada y explotada importó de la Argentina,. Como “escrache” lo bautizaron en los 90 allá donde el español más que en lengua se tornó en belleza. Harto preocupados, los políticos mandaron presto a sus más fieles voceros a denunciar lo antidemocrático de la importada protesta. A quién se le ocurrió eso de ir a molestar a sus señorías para que unos cientos de miles pobres infelices no tengan que dormir al raso y aún deberle su vida al banco. De paso, trasladada la denuncia, se aprovecha, para en lo posible desacreditar a aquellos que dejan momentos de su espacio vital en ayudar a otros a mantener, a proteger su techo. Y así, amigos míos, descafeinar todavía más la Iniciativa Legislativa Popular para la aceptación de la “dación en pago”. 

A quién se le ocurrió, que mediante el griterío y el disturbio se podría presionar a sus señorías para, en este caso, favorecer a los pobres infelices, a su ciudadanía. Por favor, que alguien, llame a esos escrachadores y les diga que con tal antidemocrática actitud nada, jamás, conseguirán. No sean toletes y dejen de gritar, hagan colecta, ciérrenla en sobres, y repartan, que así, quizá.

Ponía la televisión nuestro amigo Artiles, y a los voceros del sistema vio refunfuñar de lo feo que era eso del escrache. No se podía tolerar. Y Artiles pensó. A ti, Soraya, te persiguen pobres para no perder su casa. A mí, a Artiles, me persigue el mes desde que empieza. Me persigue la luz que no para de subir. Me persiguen tus euros por receta. Me persigue tus tasas de la universidad. Me persigue la hipoteca y todo lo que es gastar también o me persigue o me perseguirá. A mí, a Artiles, me persigue todo, menos el trabajo. E igual nos pasa a mí, a mi mujer y a aquel pobre que ves más allá.

jueves, 21 de febrero de 2013

Firme la cartilla


En este mundo de ceros y unos, al común de los mortales, abuelas fuera del tiesto, se les volvió extraño aquello de la cartilla. Sí, aquella libreta que nos servía para contabilizar los ahorrillos metidos en el banco o la caja. Sí, aquella libreta que te servía para que el periódico deportivo de tu equipo de fútbol favorito te regalara la bufanda, el pijama, la bata o la taza con el escudo de tu escuadra preferida. Aquella cartilla que tanto valía para conseguir la vajilla de Pepe Dámaso de la "Provincia", como para que tu madre, novia o jefe te la leyera. Aquella cartilla, que periódicamente hubo de firmar todo hijo de vecino para seguir cobrando el paro, que más que paro, se convirtió en un “me paran”. Sí, aquella cartilla de la seguridad social, cartilla de la que todavía perdura el antiguo concepto del asegurado, concepto que si bien con el paso del tiempo fuimos olvidando, con las recientes reformas de la ministra de sanidad, Mato, hemos ido readaptando.

Y En este mundo de ceros y unos, donde la búsqueda de trabajo se nos ha vuelto más estrafalaria que un mogollón en la CICER. Yo, humilde escribiente, imploro a Rajoy y a los suyos, que recuperen aquel bello concepto de la cartilla. Y sí, que a todos, uno por uno, nos dé la nuestra, la cartilla de racionamiento, pero que no solo nos racionen la comida, sino también la golfería, el chanchulleo y el menudeo de no solo quien nos gobierna, sino de los que verdad mandan, los que nos exprimen, saquean y explotan.