Coche de altísima gama, tornando a la derecha en
el mismo Colón, subía por la Génova hasta llegar a su número 13.
Espere aquí, le decía a su chófer, el canchanchán de turno que
raudo bajaba del auto, mientras, su servil conductor hacía ademanes
de asentimientos.
Entraba el canchanchán bien
engominado. Bien afeitado y también, bien conocido, tanto que Loli,
la de la puerta, ni siquiera se inmutó cuando cual estruendo sonó el arco de seguridad. Espera el canchanchán el ascensor.
Cruzan con él mirandas. Antes eran saludos.
Subía aquella máquina alemana veloz
al piso equis. Con fuerza abrió la puerta del ascensor el
canchanchán. No María, no llames nadie, le decía a la secretaría
mientras ésta se levantaba del sillón intentando que el señor
Canchanchán no entrara en los aposentos del jefísimo sin pedir
permiso. Qué para algo estaba ella allí, coño.
Hola Mariano. Me conoces. Soy el
canchanchán. Quieres juego. Vamos a jugar. Gritó exasperado, el
señor Canchanchán.
No hay comentarios:
Publicar un comentario