Recordaba Artiles como un buen
día de un año de muchos, siendo bien niño, con su padre subió a
Las Palmas. Iban en busca de un primo del viejo, que de hacer la mili
en Fuerteventura había terminado casado con arisca majorera, que si
bien al principio fue reticente a la idea, de venirse a la isla del
esposo, luego contactó con buena prima de ella, que vivía por allá
cerca del Carrizal. Frunció el ceño y la mantilla, y como mujer de
la época, calló y aceptó. Fue el viejo el que le dijo que para acá
volviera. Trabajo en la isla no faltaba. No daba para mucho, pero
haber había. Vente, para acá, que sino es plantando alguna fanega
que cojamos, nos vamos a echar jornadas al sur, donde ingleses y
alemanes no paran de construir, le decía.
Allá fue Artiles con su
padre, “coche di hora” mediante. Lo recordaba, Artiles, porque
era la primera vez que subía a Las Palmas. Impactado desde que
cruzara el túnel de la Laja, tan acostumbrado a aquellos llanos
pedregosos y ventosos que lo vieron nacer, donde solo el tomate
lograba arrebatarle algo de tierra a los siempre verdes Balos. Las
simples casas que adornabas los áridos riscos de aquella urbe le
parecían que no, que no era aquella su isla, en la que él corría,
en la que él vivía. Allá fue Artiles con su padre, en busca del
primo del viejo que en el dichoso Correíllo venía.
Lo recordaba Artiles, mientras
pescaba gueldes y fulas negras que para poco sirven. O mientras en el
bar discutía por Dominó, Zanga o la dichosa pelotita. Lo
recordaba Artiles porque a sus cincuenta y tantos y quieto, poco
más uno puede hacer. Sentado al sol, o a la sombra. O mientras leía
en el periódico que él era uno de esos 296.362
habitantes de estas pérfidas islas, que un Lunes cualquiera no
tienen mejor cosa que hacer que recordar tiempos que no sabía si
mejores, pero que sí honrosos, pero que sí, felices.
No hay comentarios:
Publicar un comentario